Restaurando el Altar:

Desde tiempos remotos en las escrituras, el altar ha sido un lugar central. El pastor Marcelo Juárez, nos invita a reflexionar sobre los patriarcas como Abraham, Isaac y Jacob quienes construyeron altares para marcar lugares donde tuvieron un encuentro con Dios. Jacob, por ejemplo, lo hizo después de su sueño donde vio ángeles subir y bajar, declarando el lugar «puerta de Dios» y «casa del cielo». Para ellos, el altar era un recordatorio físico de su comunión con el Creador.

Sin embargo, a través de la historia de Israel, vemos un patrón preocupante: el pueblo de Dios se enfrió, perdió el rumbo y se inclinó hacia la idolatría. En este contexto de tibieza y vacilación, Dios siempre se encarga de levantar profetas para hablar y direccionar a Su pueblo, incluso «en medio del barro, en medio de las tinieblas». Fue en este escenario que el profeta Elías se acercó al pueblo y lanzó una pregunta incisiva en 1 Reyes 18:21: «¿Hasta cuándo vacilaréis entre dos opiniones? Si el Señor es Dios, seguidle; y si Baal, seguidle a él.». La triste realidad es que «el pueblo no le respondió ni una palabra», demostrando un corazón frío que, aunque escuchaba el llamado, no se movía. Esto sucede cuando uno puede estar en la iglesia, pero su corazón está «totalmente apartado de Dios, alejado y frío». Elías no obligó a nadie; Dios no nos obliga a seguirle por obligación. La pregunta de «hasta cuándo» es un llamado a tomar una decisión y a que «ya se tiene que cortar esto».

La Reparación del Altar y su Propósito Eterno

Frente a un altar del Señor «que había sido derribado», Elías tomó acción. Dice 1 Reyes 18:31-32 que Elías tomó «doce piedras conforme al número de las tribus de los hijos de Jacob» y con ellas edificó «un altar en el nombre del Señor». Esto simboliza la restauración y la unidad del pueblo de Dios.

El propósito fundamental de cualquier altar, sin importar su tipo (había altares de tierra, de piedra, de bronce, de madera con bronce y de incienso), siempre fue y es la ofrenda. En el Antiguo Testamento, existían diversos sacrificios con significados profundos:

• Holocausto: El animal se quemaba completamente, simbolizando la entrega total a Dios. No quedaba nada.

• Ofrenda por el pecado: Se sacrificaba el animal para expiar faltas específicas.

• Ofrenda de paz: El animal se partía, una parte se ofrecía a Dios y otra se compartía entre los fieles, representando la comunión.

• Ofrenda de grano: Harina y aceite se ofrecían como agradecimiento por la provisión divina.

• Altar de incienso aromático: Era un altar de oro que simbolizaba las oraciones que ascienden a Dios como una fragancia o perfume.

La Cruz:

Nuestro Altar Definitivo y el Sacrificio Perfecto En el Nuevo Testamento, el concepto de altar se ha transformado. Ya hoy nosotros no tenemos altares de ese tipo, eso ya sería idolatría. Jesús es el sacrificio perfecto. Hebreos 10:10 afirma: «Por esta voluntad hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, ofrecida de una vez para siempre». Él es la ofrenda perfecta «una vez y para siempre». Cristo es la ofrenda por nuestros pecados pasados, incluso por los que vamos a cometer, y por los pecados de toda la humanidad.

Así, hoy, el altar es la cruz. La cruz del Calvario es el lugar donde Cristo se entregó por nosotros.

Nuestro Cuerpo:

El Sacrificio Vivo en el Altar Personal Pero la transformación del altar no termina ahí. Pablo, en Romanos 12:1, nos ruega por las misericordias de Dios: «que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es vuestro culto racional». Esto implica que ahora nosotros mismos debemos ser el sacrificio. La palabra dice «el que no toma su cruz y me sigue», y esa cruz es el altar.

Entregar nuestros cuerpos como sacrificio vivo no será fácil. Significa que no va a ser fácil entregarte, entregar tu cuerpo. Esto requiere crucificar la carne, es decir, llevarla al altar todos los días. Los deseos de la carne son contrarios al espíritu y hay una constante «lucha espiritual». Para vivir en victoria, necesitamos «vencer y destruir la carne», y «la carne se destruye en el altar».

Y, ¿dónde está nuestro altar hoy? Aunque la cruz verdadera está fuera del Calvario, nosotros podemos tener un altar en nuestra casa. Puede ser un lugar específico donde nosotros hayamos decidido orar juntos, como un comedor o incluso un baño, como el ejemplo de la abuela que oraba allí diariamente cuando su esposo no quería saber nada con Dios. Tu altar tiene que ser ese lugar donde puedas ir todos los días a buscar a Dios, a clamar y a orar por los tuyos, y a ofrecerte en sacrificio.

La Necesidad Urgente del Fuego del Espíritu Santo

Para que un sacrificio sea completo, además de la madera (el altar) y el animal (nuestro cuerpo), se necesita fuego. Muchos cristianos tienen la madera (el altar) y el sacrificio (se han puesto ahí), pero les falta el fuego. Juan el Bautista profetizó que Jesús «os va a bautizar con Espíritu Santo y fuego».

El fuego es esencial:

Sirve para quemar, para sacar las impurezas de los metales, y va a limpiar todo. Si sigues viviendo en la carne, luchando con los deseos y si «entre el mundo y yo no hay ninguna diferencia», es porque no hay fuego en tu altar. No hay fuego. Necesitas el fuego del Espíritu Santo de Dios. Debes decirle a Dios: «Señor, necesito, por favor, el fuego. Encendé el fuego».

Extraído del sermón del día domingo 13 de julio, de 2025.